Peligrosidad e Intencionalidad

cuando leo a deleuze--a deleuze y guattari, pero creo que especialmente a deleuze; y leo de verdad, mirando las letras con mis ojos, y no escuchando a una robot que me lea el pdf--recuerdo que hace un tiempo era brillante. hace un año, o un poco más, realmente era brillante. la gente se asustaba y decía "ese niño es un peligro", e inventaba algún relato que me mantuviera allá (acá) afuera, apartado en la locura, o en la maldad, pa poder estar más piola y poder ocuparse del objeto [subjetivado] que les estaba diciendo cosas, y así no tener que pararse y sentir esas cosas que les llegan como oleaje mientras caminan en las rocas. pero de repente se les sale que "es un placer culpable leer a ese culiao" o que "wn, es cierto que era longi identificar [tal cosa] con [tal grupo] en vez de atender a la visceralidad de [tal cosa] y reapropiarnos de la posibilidad de su uso en contra de [tal grupo]".



    que no se malentienda: sí soy un peligro--es de hecho lo que muestro como dolor cuando alguna psiquiatra parece merecer las cincuenta lucas--pero no soy un peligro villanesco. es ahí, en la atribución de intencionalidad, donde los corazones menos puros se glorifican en su unicidad al apuntarme como espejo demoníaco.



    mi peligrosidad no radica en mi intención villanesca--con la que he coqueteado un par de veces durante mi tránsito a través del complejo abandono-sin-guerra/culpa-sin-acto, que implica trauma/post trauma en transferencias [sintomática, afectiva y de personalidad] completas con una posguerra/guerra fría de vigilancia y contravigilancia--sino que, en mi amplitud analítico-afectiva, me vuelvo estúpido interpersonalmente. no soy un peligro porque quiera serlo, sino porque, en mi ensimismamiento, no alcancé a saber que algunos de mis descubrimientos permanecían soterrados a propósito por aquellas [hermosas] mentes extendidas con las que estaba conversando.



    hiero y sufro por herir, porque mi espada no es un misil que despierte al superhombre mientras explota el parlamento; mi espada es una espada con la que juego como un niño que aprende de coordinación, balance y precisión; mi espada hiere a mis amigxs, de lxs que estoy enamorado, y nos aleja en una cura necesaria de la que vuelve el mismo cuerpo, pero al que yo ya no me atrevo a invitar a conversar.





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muerta su función, un actor inerte se vuelve agente a través de la resignificación continua y recurrentemente impregnada en su materialidad. la ciudad se encarga del mantenimiento de monolitos espontáneos, haciéndoles participar de su propio flujo cultural, hasta que tanto lo artificial como lo fantasmagórico aparecen únicamente en el ejercicio analítico: la agencia emergente es, en este punto, autopoyéticamente patente.

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